Todavía dudas. Leche materna. 
Sí, gracias

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Nuestro cuerpo es un gran ecosistema, asombraros con las cifras. Tenemos aproximadamente 1014 células, de las cuales sólo el 10% (según algunos autores), son humanas, es decir, que «llevamos encima» una millonada de células que pertenecen a otros seres vivos, microorganismos que viven en nuestro cuerpo; también podemos decirlo de otra manera: que nuestro 10% de células humanas viven en un variadísimo y enorme ecosistema formado por un 90% de microorganismos.

Podemos vivir y desarrollarnos gracias a esos «bichos» que denominamos flora normal o flora nativa, y cuya adecuada denominación es la de microbiota natural. ¿Dónde se encuentran? Prácticamente en todas las zonas de contacto de nuestro cuerpo con el exterior: la piel y las mucosas. La flora más conocida es la de nuestro intestino, sobre todo por la publicidad televisiva de ciertos alimentos funcionales como los yogures, que contienen los famosos bífidus y lacctobacillus, pero es de suma importancia para nuestra salud la microbiota de la piel y de otras mucosas, como la respiratoria y la genitourinaria especialmente en las mujeres y más, en la mujer embarazada y en el momento del parto. También encontramos microorganismos en la conjuntiva del ojo y en el oído. Resumiendo, estamos rodeados y recubiertos por bacterias, virus, hongos, protozoos, etc., que se encargan de protegernos frente a los agentes patógenos.

Esta flora o microbiota desarrolla tareas beneficiosas para el ecosistema general del cuerpo humano y su adecuada composición es fundamental en el momento del parto y durante el periodo de lactancia materna, como expondremos a continuación. Estas tareas incluyen la participación en los procesos de digestión de alimentos y de síntesis de vitaminas en el intestino, la producción del pH ácido de la vagina o la protección competitiva frente a patógenos, es decir nos defienden de las infecciones; por consiguiente, en la mayoría de los casos, la interacción entre la flora normal y el ser humano es beneficiosa; Deberíamos, por lo tanto, no sólo prestar atención y cuidados a ese 10% de células humanas, sino también a ese 90% de microorganismos protectores, ya que cuando se altera su composición por diferentes circunstancias se pueden tornar patógenos oportunistas y nos pueden producir problemas. No nos olvidemos que hay microorganismos intrínsecamente patógenos y otros que pueden ser patógenos oportunistas, bien de la microbiota normal o de otras poblaciones bacterianas que, por heridas o por descenso de las defensas inmunitarias, llegan a colonizarnos, desarrollando su acción patógena.

Hay diferentes circunstancias en las que se produce una alteración en esta flora o microbiota, que debería de tener en cuenta, más si cabe, una mujer embarazada. Las más frecuentes son una alimentación inadecuada, el exceso de conservantes, colorantes y saborizantes artificiales contenidos en los alimentos (cada vez es más usual no esperar a que en la charcutería, carnicería o pescadería nos sirvan los alimentos, sino coger las bandejas ya preparadas y cerradas en las estanterías, manipuladas con conservantes, y al llegar a casa abrir la bandeja e inmediatamente preparar y comer el alimento, sin dejar un tiempo a que se airee y desaparezcan los conservantes), los cambios climáticos a los que prestamos menos atención cada día también nos alteran la flora y, sobre todo, los tratamientos con antibióticos de amplio espectro y la acción antiséptica de algunos productos de limpieza, que han sido sintetizados para tener un gran poder desinfectante pero que pueden alterar la flora normal y destruirla, lo que, en ocasiones, deja la puerta abierta para el desarrollo de procesos infecciosos oportunistas que pueden llegar a ser graves.

Me gustaría con este trabajo aportar suficientes argumentos para que los padres actuales o futuros no se cuestionen la decisión de si la madre dará de mamar al bebé y tengan la certeza de lo apropiado de la lactancia materna para el futuro saludable de su hijo.

Hace tiempo se pensaba que la leche materna era estéril, es decir, que no contenía microorganismos. Se creía que la protección frente a las enfermedades infecciosas en el bebé era debida a la acción combinada de diversos componentes, como las inmunoglobulinas, ácidos grasos, péptidos, etc. Actualmente se conoce que, además de las diferentes sustancias químicas que forman parte de la leche materna, ésta es una fuente muy importante de bacterias que serán imprescindibles en la posterior colonización del intestino del niño y jugarán un papel clave en el sistema de defensa inmunitario, protegiendo al bebé de enfermedades infecciosas, de reacciones alérgicas y posiblemente de otro tipo de patologías de carácter inmunitario en el futuro.

Hoy en día sabemos que los componentes químicos de la leche, que poseen tantas propiedades y acciones sobre la salud de los niños, son producidos por estas bacterias y constituirán la futura microbiota del bebé.
Los últimos descubrimientos han identificado estafilococos, estreptococos, bífido bacterias y lacto bacilos –entre otras bacterias– en la leche materna. Pero ¿de dónde proceden estos microorganismos? La sorprendente respuesta es que provienen del intestino de la madre.

La mayor parte de las bacterias de la leche materna proceden del intestino de la madre, y acceden a la glándula mamaria a través de una ruta interna que conecta el intestino con dicha glándula y que se denomina entero mamaria. El intestino humano contiene una serie de células del sistema inmunitario llamadas dendríticas que consiguen abrirse paso a través de la pared del intestino sin alterar la barrera intestinal, conectando, mediante proyecciones y ramificaciones, la luz intestinal donde se encuentran las bacterias pro bióticas con la sangre.

Las bacterias se unen a las células dendríticas y acceden a la sangre, pudiendo ser transportadas a otros lugares, como el epitelio mamario y, a partir de ahí, llegar a través de la leche materna a incorporarse al intestino del bebé, colonizándolo y realizando las funciones fundamentales que hemos comentado. Todo este proceso que conecta la mucosa intestinal de la madre y la glándula mamaria sucede durante los últimos meses de gestación y permanece durante toda la lactancia. Además, estas bacterias del intestino materno poseen dos importantes propiedades que les permiten alcanzar la glándula mamaria y posteriormente el intestino del niño, que son, por un lado, la capacidad de sobrevivir durante su tránsito a través de la circulación sistémica, y la capacidad de continuar sobreviviendo en todo el tránsito por el aparato digestivo del bebé, desde la boca al intestino.

todavia-dudas-leche-materna2En los últimos años la difusión de bacterias resistentes a los antibióticos y la mala utilización de estos, ha contribuido a aumentar el interés por la bacterioterapia, consistente en utilizar bacterias que forman parte de nuestra flora o microbiota e incorporarlas a nuestro cuerpo en forma de productos que se pueden ingerir, como cápsulas, comprimidos, sobres, geles bebibles o productos alimenticios como yogures y leches fermentadas, o bien en productos de aplicación tópica en forma de pomadas, cremas y lociones corporales, jabones y geles de limpieza e incluso óvulos, utilizados tanto en la piel como en las mucosas (por ejemplo la vaginal).

La buena salud en cantidad y calidad de nuestros microorganismos beneficiosos impide el desarrollo de otras bacterias y microorganismos no beneficiosos, como los hongos, (la Cándida, por ejemplo), que poseen un potencial patógeno y pudieran desarrollar en nuestro organismo una enfermedad infecciosa o reacciones del sistema inmunitario. En realidad, es una competencia por el mismo nicho ecológico, ya que si éste está ocupado se impide el desarrollo de otros microorganismos.

La utilización de la bacterioterapia es cada vez más común en los ambientes sanitarios y existen más y más estudios que nos hablan de lo importante que es reponer la flora después de tratamientos con antibióticos, o de los efectos beneficiosos en el síndrome de intestino irritable y en las enfermedades inflamatorias intestinales, cada vez más frecuentes.

La microbiota se incorpora en nuestro cuerpo de manera sustancial en el momento de nacer, durante el parto. Ahí el niño se contamina con las bacterias que se encuentran en el canal del parto pertenecientes a la madre. El problema se presenta si él bebé nace mediante una cesárea, lo que evita la contaminación. En esos casos puede que sea conveniente suplementar la microbiota con los llamados «probióticos», mientras que si él bebé está siendo alimentado con leche materna ya hemos visto que en la madre existe una microbiota mamaria temporal que consiste en la incorporación de bacterias intestinales de la madre a la glándula mamaria mediante un circuito que se establece en el último trimestre del embarazo y dura hasta el destete, es decir, que esta circulación de bacterias desde el intestino hasta el epitelio mamario tan sólo ocurre durante un periodo de tiempo concreto. Si el niño no recibe lactancia materna puede que sea necesario suplementarla, al igual que si ha necesitado tomar antibióticos que no son selectivos y destruyen tanto la flora saprofita o beneficiosa como la patógena.

Diversas universidades, entre ellas la Complutense de Madrid, están trabajando en el aislamiento y cultivo de diferentes bacterias que se encuentran en la leche materna. La industria farmacéutica y la alimentaria, especialmente la que elabora productos lácteos, están especialmente interesadas en desarrollar y poner en el mercado productos como las leches maternizadas en las que puedan incorporar este tipo de microorganismos, ya que cumplen con los requisitos actuales recomendados para las bacterias utilizadas como probióticos, como son el ser de procedencia humana, cada vez más común, no tener efectos adversos si se utilizan de forma habitual y en periodos prolongados y adaptarse de forma adecuada al aparato digestivo del niño y a los sustratos lácteos.

Cada vez hay más evidencias de que la microbiota beneficiosa o saprofita y, en particular, la que se encuentra en la leche materna, podría cumplir en los niños la función de protección frente a procesos alérgicos, como son la dermatitis atópica, la rinitis alérgica y el asma, ya que al parecer estimula el desarrollo en el intestino de tejidos inmunitarios, como el linfoide, que contribuye a la maduración adecuada del sistema inmunitario, haciendo más resistente al bebé a desarrollar procesos alérgicos e infecciosos, algo de gran importancia, por ejemplo, en los neonatos que están expuestos a ambientes hospitalarios.

Por todo ello, habría que promover siempre que sea posible el parto natural y concienciarnos de la importancia de la lactancia materna, ya que va a tener una influencia directa en la mejor salud presente y futura de nuestros hijos.

Andoni Jauregi
Doctor en Medicina y Cirugía. 
Especialista en Medicina de la Educación Física y el Deporte
http://cmmosteopatia.com